A veces veo voces (palabra quemada), Mar Gómez Glez y Nieves Rodríguez Rodríguez. Primer acto. Cuadernos de investigación teatral, 360, I/2021.
“¿Qué es el progreso? ¿Cuándo dejamos de cuidar la vida?” (137).
Precisamente ahora que la humanidad sufre más agudamente la desigualdad, azuzada esta por la gran pandemia, los desastres del cambio climático y la creciente intolerancia fabricada desde los poderes, se hace necesaria una acción colectiva que desactive esta inercia de la sobreexplotación infinita de los recursos.
Necesitamos actuar y Mar Gómez Glez y Nieves Rodríguez Rodríguez nos obligan a cuestionarnos qué postura tomar ante el compromiso que nos exigen los acontecimientos mundiales que nos arrasan como seres humanos, cómo luchar contra los abusos que los grandes poderes ejecutan sobre la humanidad, sobre nosotras mismas.
“El caos llegó […] queman las casas con las familias dentro. Ya no son solo los bosques […] Ha estallado un gran terremoto. Ya no es tiempo de hablar”.
La protagonista se encuentra asolada por la sed, una sed real porque la sobreexplotación urbanística para construir el complejo turístico ha expulsado a la gente de sus casas y ha cortado el acceso al agua. Ella decidió quedarse abandonando a la gente que la rodeaba. Lleva 15 años retirada, recluida en la no acción como respuesta al suicido de su madre, encarcelada por denunciar la corrupción urbanística.
Conversa en su delirio sediento con las personas que la han dejado —su madre— y a las que ella no ha seguido —su novio y su mentora—. Se trata de voces que surgen de la propia conciencia de la voz narrativa y se plasman en el texto a través del uso de diferentes tipografías y tamaños del letra. El texto se torna así un mapa borroso en el que la lectora-espectadora ha de ir encontrando pistas mientras salva los huecos, las elipsis o saltos temporales y espaciales, así como la superposición de relatos y voces.
Nuestra heroína se debate entre la denuncia explícita que acabará con la vida de su madre, Oana —“La irresponsabilidad de los políticos y las grandes fortunas nos están destruyendo”—, la connivencia con el salvaje juego capitalista que acabará con la relación con su novio, Román —“La arquitectura sostenible … hay que gente que puede financiarla” / “La única arquitectura sostenible real es la no construcción”—, o la lucha en otro lugar de su mentora, Bárbara —“Lo que es una barbaridad es quedarse quieta sin hacer nada” —. Este debate consigo mismo la lleva a acometer un acción definitiva que revierta este proceso de destrucción irreversible.
Es por tanto un texto caleidoscópico por el que es difícil transitar, muy exigente con la lectora-espectadora, que tiene que ir configurando su propio relato como forma de interpelarse a sí misma sobre su responsabilidad en la destrucción del medio y la sobreexplotación natural y humana, mientras descifra las claves que le va lanzando el texto.
Esta acción / no-acción cobra su sentido dentro del contexto de una reflexión más amplia y profunda sobre el sentido de los actos de los humanos en relación con su responsabilidad en la connivencia o no con los abusos que las autoras sitúan en el ámbito de la filosofía oriental y que dramatizan mediante el debate de los pensadores Lao-Tse y Confucio. Estos diálogos intercalados de carácter filosófico —señalizados en el texto por una ramita de cerezo— son una muestra más de la posible y necesaria imbricación entre filosofía y teatro.
“Confucio.- La virtud y la benevolencia. Cualidades del hombre que son el ideal por el que luchar toda la vida. Ambas forman parte de la verdadera naturaleza humana”.
A este componente filosófico se le une la escena de la última clase que imparte la protagonista que versó sobre el concepto de la empatía que se convierte así en el valor o el sentido que ha de guiar cualquier tipo de acción que se emprenda. La empatía es el conocimiento afectivo del otro y es el primer paso para conseguir la anulación del yo en favor del nosotras y que propiciará la toma de posiciones frente al desastre que nos asola.
Sucede que es una política de esperanza, de hermandad, una política en que la empatía ha de estar en el centro.
En definitiva, A veces veo voces (palabra quemada), la primera obra de la Trilogía de la palabra, es un texto para saborear pausadamente, sobre el que reflexionar y volver, cuyos múltiples niveles de significación y su profundo poso filosófico deberían ser objeto de una cuidada investigación que desvele lo que sus autoras, pensadoras, humanistas, nos quieren transmitir y espero lo hagan a medida que se complete la Trilogía.
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