Jiménez Aguilar, académico y dramaturgo cordobés, sitúa esta obra en 2008, momento en que la crisis económica todavía no era oficial, pero empezaba a mostrarse de la manera más cruel.
Uno de los síntomas de esta crisis fue el acoso y la extorsión inmobiliarias, representante de lo que es Amanda como víctima, y su propio hijo, Leonardo, como extorsionador, pero víctima también, de la ilusión del crecimiento económico sin límite.
Nos creemos con suerte por vivir y habitar en un país que en un siglo ha vivido una Guerra Civil, un período de represión dictatorial y una crisis económica que ha destrozado la vida de las personas. Pero Jiménez Aguilar nos presenta a Amanda y su familia que ,como muchas familias españolas, ha sido vapuleada por las circunstancias históricas, que ha sufrido la persecución política, los prejuicios y, por tanto, el desempleo, durante los años de la dictadura, el repugnante caso de los bebés robados y ahora, al final de su vida y a principios del siglo XXI ―el nuevo milenio, el nuevo horizonte―, es víctima del acoso inmobiliario, del capitalismo salvaje que se ha echado raíces en su propia familia y quiere exterminarla desde dentro.
Pero, ¿cómo revertir esta situación si no es a partir de la lucha individual de cada persona afectada? El sistema ejerce ese control remoto que destruye lo que toca si no lo proteges con uñas y dientes, de manera que la única forma de sobrevivir en esta jungla es reivindicando, resistiendo. Para ello, Amanda va a contar con la ayuda de un personaje mágico, pero real, que cuenta, como ella, con el poder de la palabra, de la expresión para configurar la realidad y atacarla. Esta es la otra gran fuerza de este texto: el lirismo, la poesía que se empuña contra las alimañas depredadoras y que puede parecer locura pero no es más que un mecanismo de defensa, un arma subversiva contra la jungla de ahí fuera.
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