La hipoteca de nuestra vida (o solo un milagro) (Ñaque, 2014) es un vodevil trágico, un exceso que se paga, una fiesta que acaba mal pero que no vemos venir, como no vimos llegar la crisis del 2008 disfrazada de la cornucopia, de la celebración perpetua, de la promesa del enriquecimiento inagotable, del bienestar sin límites.
Óscar y Cristina son una deliciosa pareja de recién casados, ilusos, títeres manipulados por las mentiras del liberalismo que pagan cara la insensatez de pensar que con el despilfarro de su boda y su pisito han cumplido con todos los mandatos sociales para vivir en paz. El sainete que parece el primer acto con su divertidos juegos de palabras y dobles sentidos deja paso a la realidad que se había pospuesto, al agujero que habían dejado el derroche y la hipérbole.
Al principio, son los personajes que ayudan a Cristina a realizar la fiesta de Navidad más perfecta, quienes con alegría, resignación y una estúpida ilusión asumen su pluriempleabilidad para vivir por encima de sus posibilidades, porque se merecen un capricho, se merecen vivir como los ricos: “Iván.- Con el sueldo del súper no puedo vivir, así que, tengo que trabajar por las noches para apagar el apartamento; la moto; el gimnasio […] los caprichos y ahorrar un poco para cuando me case”. Pero, finalmente, este ridículo embobamiento se rompe definitivamente en el tercer acto cuando contemplamos la suciedad, el caos y el destrozo que quedan después de la fiesta más salvaje, del ebrio sueño de la clase media:
“Óscar.- ¡Siempre pagar! Por eso, por las facilidades de pago que nos han dado hemos caído en las garras del consumismo […]. Me he comido todos los créditos habidos y por haber”.
Juan Soto Viñolo y Carmen Lloret nos llevan de la mano desde una orgía consumista hasta la más deprimente miseria; la propia obra es una fiesta de cuyo éxito y declive participamos, riendo las gracias del primer acto y sintiendo el sudor frío del arrepentimiento en el tercero. No se culpabiliza, sin embargo, a los legítimos deseos de medrar y mejorar nuestro nivel de vida; se asume la responsabilidad individual, pero se señala a la estafa colectiva de un sistema organizado para abusar y enriquecerse a costa de los derechos ajenos:
“Óscar.- Nos han engañado, vivimos en el mundo de la mentira y las promesas […]. Nos han condenado a consumir, a gastar más de lo necesario porque nos han hecho creer que vivimos en un mundo idílico e inagotable […]. Es el engaño institucionalizado”.
“La hipoteca de nuestra vida nace, como una premonición, justo una semana antes de que se iniciara la crisis económica en España -septiembre 2008”, se dice en el prólogo, y quiero traerla a colación en estos tiempos apocalípticos que nunca hubiéramos imaginado vivir porque pone de manifiesto el sistema que nos ha traído a esta crisis sanitaria y económica: un sistema entregado a explotar, a saquear los recursos y a producir rápidamente en lugar de dedicarse a la investigación, al estudio, al reposo crítico o a la reflexión. ¿Cuántas crisis más vamos a necesitar para abandonar este suicidio individualista?
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